Sonidos que curan (III) Final

 Sonidos que curan (III) Final

Sonidos que curan (I)

Sonidos que curan (II)

El músico y terapeuta Pius Vögel ha creado una terapia moderna de sonido. Después de años de investigación personal y con sus pacientes, asegura que ha conseguido determinar el efecto de cada una de las notas sobre el estado de ánimo y la salud. Así, por ejemplo, el tono de frecuencia 136,10 Hz tiene acción tranquilizante y equilibrante. En cambio el tono de 194,18 Hz resulta dinamizante y fortalecedor. Además Vögel ha asignado a cada órgano un sonido concreto. Pero lo más curioso es cómo encuentra Vögel cuál es el sonido que le hace falta a su paciente: analiza informáticamente su voz y busca las deficiencias. El experto en análisis de voz Heinz-Udo Vitz asegura que en la sociedad actual el exceso de estímulos es la causa más frecuente de alteraciones en la voz y en consecuencia en la salud, como alergias, nerviosismo e hipersensibilidad.

Las teorías de Vögel y Vitz están en los márgenes de la ciencia. La corriente principal sólo reconoce por el momento los efectos sobre el sistema nervioso. Para la musicoterapia oficial existen dos tipos principales de música en relación con sus efectos: por una parte, la música sedante, que es de naturaleza melódica y se caracteriza por tener ritmo regular, dinámica predecible y consonancia armónica, y por otra parte, la música estimulante, que induce a la acción y dispara las emociones. 

Efectos reconocidos

Los musicoterapeutas han estudiado los efectos de cada uno de los elementos que componen la música y el sonido. El tempo lento, entre 60 y 80 bpm (beats per minute, pulsos por minuto) suscita impresiones de dignidad, calma, serenidad, ternura y tristeza. Los tempos rápidos, de 100 a 150 bpm, provocan alegría, excitación y fuerza. Los acordes consonantes (compuestos por notas que combinan bien) están asociados al equilibrio, el reposo y la alegría. Los acordes disonantes (combinación de notas que chirría) se asocian a la inquietud, el deseo, la preocupación y la agitación. La tonalidad de modo mayor resulta alegre, viva, graciosa y extrovertida. La de modo menor evoca melancolía e introversión. Las notas agudas provocan actitud de alerta, aumentan los reflejos y eliminan el cansancio (aunque si se mantienen demasiado tiempo provocan descontrol nervioso). Las notas graves producen tranquilidad o pesimismo. Una intensidad (volumen) demasiado alta puede resultar torturante.

Para el investigador Eckart Altenmüller, del Instituto de Fisiología Musical y Medicina Musical  de la Escuela Superior de Música y Teatro de Hannover (Alemania), la música resulta muy eficaz en la socialización de los individuos. Los primeros seres humanos crearon cantos con un ritmo constante que cohesionaban el grupo, les daban seguridad e impresionaban a posibles enemigos. Los miembros de las selecciones deportivas nacionales, cuando entonan sus himnos en las competiciones, mantienen vivo aquel espíritu.

La música hace el grupo

Da igual si se trata de un coro religioso, una banda de jazz o una orquesta sinfónica. Incluso estando solos en casa y escuchando música con auriculares se experimenta el sentimiento de forma parte de un grupo. El investigador japonés Hajime Fukui descubrió que los hombres que hacen música juntos producen menos testosterona y menos cortisol, hormonas relacionadas con el estrés. En cambio, producen más oxitocina, la hormona que favorece la unión social (y sexual). Fukui concluyó que la música reduce el miedo y aumenta la solidaridad entre personas.

Altenmüller define también la música como “el idioma de los sentimientos”. Seguramente se utilizó en las relaciones íntimas entre madres e hijos y después sirvió para reforzar los vínculos entre los miembros de grupos cada vez más numerosos. Otro experto, Reinhard Kopiez, dice que en la memoria guardamos asociaciones entre músicas y emociones que pueden ser revividas en cualquier momento.

Los secretos de la emoción

Después de observar los electrocardigogramas y los cambios en la tensión arterial o en la humedad de la piel de voluntarios de 11 a 72 años mientras escuchaban distintos tipos de música, Kopiez ha determinado que las reacciones corporales aparecen con más frecuencia con las músicas que cada persona ya conoce. Pero hay temas que erizan los vellos, hacen llorar o reír a casi todas las personas. El secreto está en el empleo de determinados trucos: la presencia de un coro potente, un inesperado solo de guitarra o violín, la aparición de una voz solitaria y melancólica en medio de una canción pop… Los aparatos medidores de Kopiez registraban reacciones importantes cuando se producían saltos de tonos bajos a otros muy altos o cuando la música, de pronto, se hacía silenciosa o muy ruidosa.

La música actúa también sobre la química cerebral. Los neurólogos Anne Blood y Robert Zatorre, de la Universidad McGill en Montreal (Canadá), descubrieron que en los momentos de máximo placer musical se activan áreas del cerebro que también se “encienden” durante las relaciones sexuales, el consumo de drogas o la ingesta de chocolate. No resulta sorprendente que la música se utilicen en ocasiones como mera droga recreacional. Pero de la misma manera que una sustancia química puede ser veneno o medicina, las ondas sonoras son un medio terapéutico lleno de posibilidades. Hans-Helmut Decker-Voigt, director del Instituto para Musicoterapia de la Escuela Superior de Música y Teatro de Hamburgo, asegura que se consiguen resultados excelentes, por ejemplo, en el tratamiento de los niños que nacen prematuramente y en las enfermedades relacionadas con el envejecimiento.

En el Hospital Universitario de Canarias, los voluntarios de la organización Prematuros Sin Fronteras cantan nanas a los pequeños, al tiempo que les hacen oír una grabación con ruidos ambientales, las voces de sus padres y el latido de un corazón para reproducir con la máxima fidelidad los estímulos que hubieran recibido en el seno materno. Desde que la iniciativa se ha puesto en práctica los bebés duermen más, lloran menos y su frecuencia cardiaca es menor.

Remedio  inmunitario

Decker-Voigt subraya que la música en general mejora la eficacia del sistema inmunitario, por lo que es recomendable en caso de enfermedad y como agradable herramienta preventiva de uso diario. Pero afirma que sobre todo puede convertirse en un excelente autotramiento de los desequilibrios del estado de ánimo. Los adolescentes se lo aplican constantemente, pues escuchan mayoritariamente música pop o tecno cuyo ritmo es perfecto para obtener sensación de seguridad.

Botiquín de música

Conseguir el estado de ánimo deseado en unos instantes, asimilar experiencias dolorosas (reviviendo en ocasiones el sentimiento, para luego animarse) o sacar fuerzas de flaqueza... todo es posible gracias al tema musical adecuado.

Para asimilar la tristeza. Convienen piezas entre lentas y medianamente rápidas que están sobre los 60-80 bpm. También los temas donde la voz solista realiza saltos desde notas altas a bajas, consiguiendo un gran efecto dramático. Temas: Wild horse, de Rolling Stones. Ship Song, de Nick Caven and the Bad Seeds. The Long and Winding Road, de The Beatles. Don´t speak, de No Doubt. You´ve got a Friend, de Carole King. Love is a losing game, de Amy Winehouse.

Para salir de la pena. Están indicadas las piezas entre los 100 y los 140 bpm por minuto. Con frecuencia las canciones tienen estribillos cantables y coros que transmiten el mensaje “no estás sólo”. Temas: I will survive, de Gloria Gaynor. The way I do, de Melissa Etheridge. The Winner takes it all, de ABBA.

Para estar alegre. Se recomiendan las músicas con  giros de la melodía,  instrumentos de viento y tambores imprescindibles. Temas: La Traviata, de Giusseppe Verdi. Las cuatro estaciones, La Primavera, de Antonio Vivaldi. Moon River, de Frank Sinatra. Time to say goodbay, de Andrea Boccelli. What´s going on, de Marvin Gaye.

Para tener más energía. Son piezas rápidas, a partir de 120 bpm por minuto. Las melodías tienen un efecto vital y el ritmo es muy importante. También son esenciales los coros alegres y los instrumentos de viento. Temas: Concierto de Brandenburgo nº 1,  de J.S.Bach. A banda, de Chico Buarque. I say a little prayer for you, de Aretha Franklin. Can´t buy me love, de The Beatles. Hey Ya, de Outcast.

Para desprenderse de la ira. Debe ser rápida —más de 140 bpm por minuto. Con ritmos rectos y stakkatos bruscos de guitarras y baterías muy potentes. Es decisivo que las canciones sean fuertes, que haya empleos sorprendentes de guitarras muy ruidosos. Temas: Smells like teen spirit, de Nirvana. Somebody told me, de The Killers. American idiot, de Green Day. Sinfonía nº 7, de Ludwig van Beethoven.

Fuente: https://elcorreodelsol.com/articulo/sonidos-que-curan


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Gen Sue Rodriguez
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